A medida que crecen los asentamientos urbanos, disminuye el contacto entre los individuos, la despersonalización en el trato se vuelve cotidiana y la sensación de estar solo en una jungla de cemento se hace más común en el sentir de cada uno. Cada día que pasa, la sociedad necesita de la creación de nuevos vínculos emocionales entre sus miembros, pues la soledad, la indiferencia y la apatía son la cuna de la violencia y el abandono.
Las ciudades compasivas se convierten entonces en una respuesta lógica y natural a la necesidad de afiliación, permitiendo a las comunidades humanizarse, recuperar el valor de la solidaridad y transformarse en cuidadoras, rescatando ese sentido solidario que permite reconocer en el otro a un individuo con necesidades y potencialidades.
Ser compasivo, implica entonces desarrollar un sentido de colectividad, empatizando con las situaciones de mi vecino, mi amigo o mi compañero de trabajo, entendiendo que en un momento dado puedo encontrarme en igual condición y actuar en consonancia con lo que me gustaría que hicieran conmigo. Es así como el dolor, la tristeza, la soledad, la enfermedad, se van reconociendo como condiciones cotidianas de nuestras realidades, y al visibilizarse, el acompañamiento de las mismas se convierte en una tarea que debemos asumir como colectivo social.
La pregunta es entonces, ¿cómo empezar a construir este tejido que permita a los ciudadanos sentirse acompañados y cuidados por su misma ciudad? cómo lograr vencer el miedo a afrontar el dolor del otro y generar acciones para paliarlo? Ese es el reto de nuestro proyecto.
Lo primero que considero debe crearse, es la conciencia del aquí y el ahora, el reconocimiento de las necesidades propias y del otro para entender que así sean diferentes son igualmente importantes. Propiciar el amor propio entendido como la valoración positiva de nuestras cualidades y la indulgencia con consciencia de nuestros aspectos por mejorar, entendiendo que si nos perdonamos somos capaces de aceptarnos y trabajar en ello, pero que si nos culpamos o nos avergonzamos de nuestros defectos, la tendencia va a ser ocultarlos, negarlos o defenderlos. Si somos autocompasivos vamos a poder ser compasivos con los demás en todos los aspectos de nuestra vida.
Otro elemento primordial es establecer contacto con los líderes sociales naturales de las comunidades, conociendo su idiosincrasia, apelando al reconocimiento de su propia realidad y visibilizando no solamente las situaciones que ameritan apoyo sino también los ejemplos y las vivencias positivas, vinculando personas claves que permitan difundir los objetivos de una comunidad compasiva partiendo siempre de sus imaginarios y prácticas culturales y comunitarias
Lograr que la compasión se convierta en un valor primordial para la sociedad, que se implante y se asuma como práctica frecuente en nuestro relacionamiento, es el reto más importante de nuestra sociedad y requiere solamente de un esfuerzo inicial, puesto que al practicarla se replica y se potencia.
Alba Patricia González