Las circunstancias que nos llevan a finalizar nuestro paso por esta tierra son diversas. Pueden presentarse de manera intempestiva; en un momento respiramos vida y al siguiente nuestro corazón puede dejar de latir. Pero también es probable que para llegar a ese instante, debamos enfrentarnos a un proceso de enfermedad que dolorosamente, día a día, semana a semana, mes a mes, nos vaya acercando al final. Y sumado a eso, quizá estemos o nos sintamos solos.
Acompañar en ese camino que con frecuencia es difícil de recorrer, es sin duda uno de los más nobles actos de compasión. Es igualmente valioso acompañar a quien se va como a quienes se quedan, porque por un lado está el dolor y el miedo de quien sabe que el final de su vida se acerca y por el otro, el de esos seres queridos y cercanos que se enfrentan al sufrimiento, la impotencia y la incertidumbre ante esa inexorable partida.
En el proceso de mi labor como dinamizador de las acciones del Programa Bogotá Contigo, Ciudad Compasiva he tenido la fortuna de poder lograr acercarme de una manera distinta a todo lo que involucra el final de la vida; se volvió frecuente el pensar en la muerte y comencé a abordarla con una óptica diferente, no ya con el miedo que antes me invadía cuando por diferentes razones su nombre o su presencia se hacían cercanas.
En esos variados espacios de aproximación y de conversaciones con distintas personas, me encontré con un término que quizás, al igual que muchos, desconocía: las doulas de fin de vida. Coincidí en una reunión virtual con Catalina Mahecha, una mujer con una energía muy especial y gracias a ella, descubrí que existían unos seres humanos que desde otro lugar y con otra perspectiva, se forman para ayudar a aliviar el miedo y sufrimiento de quienes ya ven próxima su partida y que pretenden ser ese perfecto acompañante para emprender el último viaje, o como dicen muchos, un ayudante para morir mejor.
Después de esa breve conversación con ella, se despertaron en mi la inquietud y la curiosidad por conocer un poco más acerca del tema y me puse en la tarea de recurrir a la ventanita del internet. Entonces supe que así, como hay mujeres que acompañan en el proceso de nacer -las matronas o parteras-, hay quienes también lo hacen en el proceso de morir. Su papel es acompañar y preparar a las personas para afrontar el final de la vida con amor propio y autocompasión, brindando consuelo emocional y espiritual. Tienen también como objetivo el ayudar a las personas en duelo a superar la muerte de su ser querido. Su papel está entonces relacionado con los cuidados paliativos y los cuidados al final de la vida, de modo parecido al que la partería lo está con la obstetricia.
Estas personas apoyan con una gran variedad de servicios, que van desde la elaboración de documentos de voluntades anticipadas hasta el soporte espiritual. Su labor también puede incluir actividades más logísticas, como ayudar con servicios fúnebres, planear funerales o rituales religiosos y conmemorativos, y guiar a los deudos.
Catalina Mahecha Cruz es una mujer colombiana, de 36 años; esposa de Simón e hija de Gloria y Marco. Si bien estudió Ciencia Política en la Universidad de Los Andes y Administración Pública en Francia, desde el 2016, luego de acompañar la muerte de su tía, decide explorar todos los roles que existen para acompañar a otros a morir.
Tuve la gran oportunidad de conversar nuevamente con ella y con la misma calidez y amabilidad del primer encuentro, compartió conmigo un poco de lo que ha sido su experiencia. Y lo primero que quise preguntarle fue acerca de las razones que la motivaron a convertirse en una doula de fin de vida.
“El 90% de las personas que luego de los 30 comenzamos este camino de búsqueda de cómo acompañar el final de la vida, se debe a que acompañamos a alguien a morir de una forma muy amorosa. En mi caso, mi Tita (mi mamá-tía) me dio como última lección de vida el morir y el regalo de acompañarla en su lecho de muerte. Por meses, vi una mujer valiente dejando ordenada su vida administrativa, repartiendo bienes y decidiendo con fuerza qué quería y qué no para su final de vida. Acompañar a alguien a quien amaba tanto, fue un honor y el regalo más lindo que la vida me ha dado”.
Luego de que muere su tía, de manera orgánica la empiezan a contactar familias que están en una situación en la que sus seres queridos desean ser escuchados y acompañados en sus momentos finales. Catalina, además comienza a participar como voluntaria de los “Cafés de la Vida” y de los espacios de “Mirar morir” en la Fundación Proderecho a Morir Dignamente. En su exploración de qué hacer para acompañar en la muerte, asiste a cursos cortos en hospices en Estados Unidos y allí, se entera de una nueva profesión llamada “Doula de fin de vida”. Se forma entonces en el Doulagivers Institute de Nueva York y asiste también a varios eventos internacionales en donde se tratan diversos temas sobre todo lo que rodea el final de la vida.
“La formación es totalmente virtual y uno tiene que diligenciar un formulario para certificar las horas que ha acompañado a las familias. En América Latina también existen formaciones en español y 100% virtuales: en la Fundación Elisabeth Kübler-Ross en México y en la Fundación el Faro de Argentina”.
A diferencia de países como Estados Unidos o Australia, en Colombia la figura de personas que acompañan a morir, prácticamente no existe. “Hay muchas colombianas que viven afuera que son doulas. Que yo sepa, existen dos personas más como yo en Colombia, certificadas”.
“Si bien es un movimiento primordialmente de mujeres, no se limita a ellas, desde ninguna perspectiva. Lo que sí es innegable, es que nuestro rol de género, de cuidadoras, impuesto por la sociedad, nos hace más proclives a enfrentarnos a los dilemas éticos y morales de una persona con una enfermedad terminal larga. Ese rol de género, nos hace también buscar herramientas para entender, procesar y acompañar a los nuestros. Cualquier persona, de cualquier género, podría ser Doula. Hay cada vez más hombres metidos en estos temas y lo celebro”.
Cerrando nuestra conversación, Catalina me compartió sus reflexiones en torno a los aprendizajes vitales que esta labor le ha venido dejando.
“Tener el recordatorio de la muerte en cada instante, me ha llevado a buscar un propósito y a construir mi legado. Puedo decir con tranquilidad que la cercanía de la muerte de otros, me ha llevado a vivir una vida plena en todos los sentidos. He resuelto preguntas existenciales que acompañan a la raza humana y eso me ha dado mucha paz. Y por último, haber acompañado tantos casos, me ha brindado claves y aprendizajes muy poderosos para acompañar a los míos en el momento de sus muertes”.
Gracias a Catalina pude ponerle rostro y aproximarme de una manera más cercana y profunda a otra forma de estar presentes y acompañar en los últimos momentos de vida.
Y finalizando, si a usted después de leer este blog, también se le ha despertado la curiosidad y el interés, dejo varios enlaces donde podrá acercarse y comprender un poco mejor lo que implican las acciones de estos seres humanos que se dedican a estar presentes para otros y que resignifican el valor de acompañar en un momento vital de la existencia humana, donde la mayoría se llena de miedos y temores; otro tipo de movilización compasiva digna de valorar, reconocer y aplaudir.
Ferney Camacho Duarte
Analista Bogotá Contigo Ciudad Compasiva
https://www.alfinaldelavida.org/las-doulas-de-la-muerte/
https://www.rcnradio.com/recomendado-del-editor/doulas-de-la-muerte-acompanamiento-que-se-fortalece-en-tiempos-de-pandemia
https://www.abc.net.au/news/2021-08-01/demand-for-death-doulas-on-the-rise/100339834
https://www.aarp.org/caregiving/home-care/info-2021/death-doulas-adapt-during-covid.html