Desde mi experiencia personal y laboral en la Alta Guajira, comparto en esta entrada algunas reflexiones que pueden enriquecer el trabajo realizado diariamente de la mano de diferentes grupos de personas en el territorio.
Cada comunidad tiene unas características propias relacionadas con su contexto (cultura, territorio, realidad socioeconómica, edad, aspiraciones, etc.). Estas características constituyen un “ecosistema” de relaciones, lenguajes y códigos que son necesarios de entender y apropiar para comunicarnos de manera asertiva con los miembros de una comunidad.
Diariamente contamos con posibilidades que nos permiten establecer relaciones con este “ecosistema” y generar espacios donde los objetivos de nuestro trabajo puedan alimentarse de ese “ecosistema relacional” de la comunidad. Es decir, nuestro trabajo debe adecuarse a una realidad que, en todos los casos, supera nuestra capacidad de comprensión integral de un problema o situación. Quizá una imagen nos permita entender mejor estas ideas:
Imaginemos llegar a un claro en un bosque denso, con una gran variedad de fauna y flora y unas características físicas particulares (temperatura, humedad, viento, etc.) Llegamos a este lugar con la firme intención de sembrar una semilla que pueda crecer y enriquecer la oferta biológica de este bosque. ¿Qué características debe tener la semilla que vamos a sembrar?
En primer lugar, debemos escoger una semilla que tenga la capacidad de crecer en las condiciones físicas que nos presenta el bosque, que sea resistente a la temperatura del lugar, que con los nutrientes disponibles pueda subsistir y la cantidad de agua disponible no sea insuficiente o excesiva.
En segundo lugar, esta semilla debe ser capaz de sobrevivir a la competencia con las especies a su alrededor y debe asegurarse de reunir los nutrientes necesarios para su adecuado crecimiento. Cómo sembradores, debemos escoger el lugar y tiempo adecuados para sembrar y así proteger la semilla de condiciones climáticas y animales que pueden dañarla. De esta manera, el cuidado de esta creciente semilla, si hemos escogido bien, no estará en el orden de la supervivencia sino en el orden de la adaptación.
Retomando las ideas de la imagen que acabamos de visualizar, es necesario entender a la comunidad como un ecosistema vivo, en el que el bienestar actual ha sido producido por una serie de proyectos, decisiones y acciones que han emprendido en el pasado y este proceso se renueva día a día. En este orden de ideas, nuestro trabajo dentro de una comunidad no moviliza, desde cero, acciones que busquen el bienestar, es más adecuado entender nuestro trabajo como una propuesta que se inserta en una serie de acciones en curso las cuales deben adaptarse y crecer dentro de este sistema (hasta tener la fuerza de transformarlo, si fuera necesario). Esto nos permite concluir:
- Es nuestra responsabilidad proponer acciones (proyectos) que puedan sobrevivir en los “ecosistemas de bienestar” de cada comunidad.
- El papel de cada comunidad es permitir que las semillas sembradas en su interior crezcan y produzcan frutos.
Pareciera que el papel de la comunidad es secundario en el panorama presentado anteriormente, sin embargo, si consideramos con detenimiento las características de cada comunidad con la que hemos trabajado, su responsabilidad primordial siempre ha sido sobrevivir y cada una, de manera más o menos sistemática y organizada, emprende, diariamente, acciones que buscan aumentar su bienestar. Dicho de otra manera, el papel de cualquier comunidad es sobrevivir, desde el día uno de su existencia hasta hoy, acogiendo las diferentes semillas que han hecho parte de su ecosistema a través de su historia.
Leonidas Villegas Alfonso
Agente de campo
Comunidades Rurales Saludables